Si me paro a pensar un segundo en todo lo que me ha pasado este año, me sorprende lo rápido que se ha ido todo. Puedo recordar la Nochevieja pasada, celebrándola con esas personas que me hacen sonreír solo de pensarlas. Después recuerdo mucho trabajo, estrés, nervios, incertidumbre, cansancio. En apenas unos meses todo se acabó y llegó el ansiado verano, que trajo nuevas historias. Puedo decir satisfecha que lo disfruté. A mi manera. También he de decir, que hasta la segunda semana de agosto, no respiré
tranquila. Pero el verano casi había terminado, y eso por lo que tanto habíamos peleado todos llegó. Y salimos a recibirlo. Cuatro meses. Sólo cuatro meses, y ha sido difícil, sacrificado, duro. Pero también me ha traído muchísimas experiencias nuevas, independencia, autocomprensión, viajes y nuevas caras. Darte cuenta de cómo son las cosas realmente, de lo que somos capaces de hacer, de que no tenemos que escondernos detrás de ninguna mascara. Caminando por las calles de Madrid riéndome del pasado y saludando sonriente a lo que nos trae el tiempo junto a amigas que no se olvidan, descubriendo rincones de Barcelona, mejorando. Después vuelvo a casa y lo difícil pesa menos al ver a la familia a mi alrededor. Juntos en la mesa, riendo, cantando canciones navideñas, cocinando, robándole a mi padre patatas fritas mientras no mira. Y ver la cara que pone al darse cuenta de que le faltan la mitad que ha cocinado. Escuchar nuevas canciones y superar miedos. Esos que asfixian y hacen llorar por la noche. Superarlos, y estar bien, contenta y feliz, de lo que hago, de cómo soy. Me queda mucho por aprender, por eso le doy la bienvenida al 2011, porque espero todo lo que me va a aportar. El tiempo es mi mejor regalo. Y estoy agradecida.