martes, 15 de febrero de 2011

Sin título


Yo estaba un poco alejada cuando la vi entrar por primera vez.
Era muy pequeña, y tenía el pelo  recogido en dos coletas muy graciosas. La veía deambular por entre los estantes, observando con ojos ansiosos los lomos de los libros de colores de la sección infantil.
Había algo en sus ojos, algo especial.
Siempre llegaba a la misma hora. Sola. No era como el resto de los niños. Paseaba entre los libros hasta que encontraba uno que le llamaba la atención. Entonces, con mucho cuidado lo sacaba del estante, pasaba la mano por la cubierta y sonreía. Se sentaba en el suelo, ahí mismo, entre los estantes, y devoraba cada página como si fuera la última.
Al final nadie le decía nada, todo el mundo la conocía por allí, y ni siquiera se molestaban en llamarle la atención para que se sentara en los sillones, o fuera a las mesas. No tenía el carnet y nunca se llevó un solo libro. Pero todos los días aparecía con la misma sonrisa ausente. Sonrisa que desaparecía para dar espacio a una expresión de profundo interés y concentración. De felicidad.
Con el tiempo, vi como aquella niña iba creciendo, rápidamente pasó a la sección juvenil e incluso hacía sus visitas a los grandes clásicos de la literatura. Un poco prematura, diría yo. Pero seguí viéndola terminar en cuestión de días libros que un adulto habría tardado semanas en leer. Me intrigaba su expresión de comprensión, de intriga, de dolor, de tristeza… Todos aquellos sentimientos que afloran al leer un libro, ella pasaba por ellos. Y era increíble verlos reflejados en su cara. 

Más adelante, aprendí a distinguir qué tipo de libro leía, sus preferencias. La vi con Carrol, con Tolkien, Jane Austen, Bram Stoker, Shakespeare, Robert Louis Stevenson, Umberto Eco, Wilde, Hemingway, Dickens, Emily Brönte, Julio Verne, Flaubert, Cervantes, Dumas y tantos otros…
Su rutina no había cambiado, pero ella sí. Seguía apareciendo a la misma hora, pasaba a los estantes, cogía un libro, recorría con sus dedos las letras del título, y lo abría. Olía el papel. Y veía en ella esa sensación que aflora al empezar una historia. Como pasaba cada página, el tacto del papel en las yemas. El movimiento de sus ojos, rápido e intenso.
Sin embargo, la tímida niña de las coletas había cedido espacio a una chica alta, algo flacucha y de mirada inquieta. Sus ojos eran grandes, y su mirada franca. No hablaba mucho, pero siempre saludaba al entrar y buscaba el consejo de los demás. A veces, cuando era hora de cerrar hablábamos unos minutos sobre literatura y me pedía referencias sobre qué leer.
Un día, dejó de venir. Nunca supe su nombre.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Sonrisa nocturna

Al mirar por la ventana la sonrisa de la luna tropezó con un pensamiento torpe que escapaba de mi control. Pensaba en ti. Tú, que escapas a todo control.
Dime que abrirás los ojos, y te pasará lo mismo. Sí, sí te pasará.
Estaba escrito así en el Diario de siempre. Ese que guardabas bajo la almohada y en el que sólo escribías los días que hacía frío.  Ese que nunca me dejaste leer.
Mientras suena una de mis canciones favoritas, me retiras un mechón de la cara y,
con los ojos cerrados sonrío, porque sé que estás ahí,
y da igual si lo demás no tiene demasiado sentido.
Así que, le devuelvo agradecida la sonrisa a la luna.


jueves, 3 de febrero de 2011

¡ Que te calles !

Llueve. Oigo el sonido de las gotas sobre el alféizar de la ventana. No estoy hoy del mejor humor. ¿Nadie se ha dado cuenta? No, probablemente no. Es un grave problema de comunicación que tenemos en esta sociedad. Todos alzan la voz para ser escuchados, cada vez más alto, unos por encima de otros. Pero nadie escucha. Nadie se preocupa por cómo está el de al lado. Y pocas veces nos damos cuenta del daño que podemos llegar a hacer. Nos cuesta centrarnos en algo que no seamos nosotros mismos. Si mi vecina está mal, obviamente es porque no se siente como yo, que estoy mucho peor. Si mi primo ha roto con su novia, mi última ruptura fue mucho más traumática. ¿Has perdido el avión? Yo también y además por poquísimo, o sea que imagínate… ¿Qué rabia, eh?
¿Somos siempre así de egocéntricos, o sólo somos estúpidos a los que les gusta dramatizar?
Ah, pero espera. También está la variante del “te estoy escuchando, pero en realidad estoy en mi puñetero mundo mental”. Sí, estos que dicen cualquier cosa tipo Sí, claro, uff, que fuerte, vaya y demás generalidades. Cuesta encontrar a buenos “escuchadores”.


¡Sí, sí, estoy diciendo: “callaos y escuchadme”!