Escribo en papel, al ritmo que marca mi muñeca, siguiendo con la mirada las suaves curvas de mi caligrafía, desigual, inconstante, sólo mía. Como mis propios altibajos. Y pienso en todo lo que se puede decir, el valor de las palabras. Escritas en papel, firmadas, dirigidas de alguna manera u otra a una persona que tal vez nunca llegue a leerlas. Palabras dichas. De frente, con franqueza. Sin querer herir, provocadoras, sencillas, o que han querido ser escuchadas desde hace tiempo. Palabras cantadas con fuerza, con sentimiento, nunca dejadas al azar, siempre precisas. Siempre con una intención.
O palabras no dichas, no escritas. Palabras sentidas. Transmitidas por una mirada en silencio, por un roce o una caricia cómplice. Las palabras pensadas, o las inconscientes.
O palabras no dichas, no escritas. Palabras sentidas. Transmitidas por una mirada en silencio, por un roce o una caricia cómplice. Las palabras pensadas, o las inconscientes.
Una canción escuchada por casualidad.
Pero, ¿sabes? Nunca he creído en las casualidades.
Pero, ¿sabes? Nunca he creído en las casualidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario